A mediados de junio de 2015, tuvo lugar en Madrid la presentación del poemario Reflexiones en un sacro jardín marino de Petros Malamidis.
El público hispanohablante tomó por primera vez contacto con la obra en la Feria del Libro de Madrid, en la caseta 242 de la editorial Sial-Pigmalión, donde el poeta firmó ejemplares del libro. Igualmente, en el marco de la Feria del Libro, esta edición bilingüe en griego y español recibió el premio “Escriduende” en la categoría de Mejor obra traducida, en el edificio Casa de Fieras de El Retiro. La traducción corrió a cargo de Vasiliki Rouska y Emmanuel Vinader.
Este fue el tercer año en que se otorgaron los Premios “Escriduende”, que tomaron su nombre de la conocida leyenda del duende del parque de El Retiro, de quien se decía que, en tiempos de Felipe V, hacía que las flores del parque floreciesen como por arte de magia. De hecho, cada otoño el parque se llenaba de hojas y colores. Ahora, cada primavera se llena nuevamente de hojas, pero esta vez gracias a la Feria del Libro de Madrid.
La presentación del libro se celebró el lunes 15 de junio, a las 7 de la tarde, en el histórico Café Libertad 8, en pleno centro de Madrid. La Embajada de Grecia en la capital española, en consonancia con el propósito de difundir la lengua y la cultura griega, apoyó el evento no solo moralmente, sino también con la presencia de la responsable del Departamento de asuntos educativos y culturales, la sra Vasia Mourika, y de la responsable de la Oficina de Prensa, la sra María Siadima.
En primer lugar, el presidente del Grupo Editorial Sial-Pigmalión, Basilio Rodríguez Cañada, presentó y coordinó el evento (ver el vídeo de su intervención). Seguidamente, el poeta Petros Malamidis tomó la palabra (su discurso puede leerse más abajo) y, a continuación, hablaron sobre su trabajo los traductores del libro, Vasiliki Rouska y Emmanuel Vinader. Después, este último recitó poemas en español junto a la coordinadora de la edición, Sofía Roilidou, que expresó su agradecimiento y recitó poemas en griego. Por último, el profesor y helenista Bernardo Souvirón habló sobre el poemario y dio una breve conferencia sobre el valor del humanismo, cuyo espíritu encontramos extendido por todo el libro.
La obra de Petros Malamidis forma parte de una serie de publicaciones de poesía bilingüe del grupo editorial, y como tal contribuye a la difusión de la literatura griega en el mundo de habla hispana.
La intervención de la coordinadora de la edición
La intervención del helenista Bernardo Souvirón
Clausura del acto por el editor Basilio Rodríguez Cañada
A continuación sigue el texto que leyó el autor en la presentación de su libro:
En primer lugar me gustaría agradeceros a todos, sin excepción, por compartir este momento con ocasión de algo que he escrito. Con el presente texto no pretendo analizar el contenido del libro, sino a grandes rasgos hacer comprensible un mecanismo complejo que me condujo, al igual que a muchos otros autores, a escribir una obra.*
Me pregunto si de verdad existen obstáculos, y sin embargo empezaré por ellos. Por mucho que intentara en mi interior la palabra liberarse, esos obstáculos le sellaban la boca. Entonces, la palabra se partía en pedazos, se recomponía, como cuerpo vigoroso y firme como un puño, cada vez más vehemente se abalanzaba hacia afuera. Un obstáculo, desde mi niñez, cuando empecé a urdir versos, a veces mundanos y graciosos, y otras veces ininteligibles hasta para mí mismo, fueron mis queridos padres. La dulce preocupación de la madre y del padre, que en medio de su pobreza soñaban un futuro mejor para su hijo; que no les saliera sensible, con la cabeza en las nubes, parvo o, aún peor, Poeta. Otro obstáculo más, la educación obligatoria. Un mecanismo criminal para la conciencia que todavía no sé distinguir si en primer lugar crea el molde para el accesorio o al revés. A continuación llegaron amores, como de costubre cuantiosos, y el intento de conquistarlos con cualquier mezquindad de la que un conquistador debe valerse según los actuales estándares que impone la sociedad. Diversas creencias políticas para el cambio de toda una sociedad sin saber, pobre de mí, cuál era mi papel y cuál era el inicio de mi itinerario interior para empezar de alguna manera a existir en este mundo. El catálogo de las dificultades es interminable y seguirá existiendo. Se me antoja de la siguiente manera: como máscaras que sin querer aprendes a llevar desde tu nacimiento y cada vez más te alejas, sin tomar conciencia de tu verdadera persona. Y si la circunstancia lo trae, o si tú mismo la persigues, recoges lo que queda de tus fuerzas y comienzas a destruir a ciegas, sin saber el qué. La creación, de facto, te espera ya en algún lugar.
Por una parte, pues, están los obstáculos, y por otra, un grito. Como dos enemigos ancestrales, y yo un observador, a la defensiva, de su ataque inminente. Unas veces dominado por una alegría inexplicable, y otras por el terror. Como una dramática lucha próxima a comenzar en medio del intento de no perder el contacto con el mundo exterior, comer, dormir, conseguir un jornal; y sin embargo, todo lo externo, con regocijo narcisista, me parecía poco. Dirías que lo externo, esa poca cosa, no llegaba a alimentar lo mucho, lo interior, ¡lo que venía después! Y entonces, como siempre, sin estar preparado, todo aquello dispuesto a batallar, desenfundó espadas, atacó, hizo sangrar el alma, sangre que goteaba y se convertía en verso. Lucharon las dos fuerzas, se fundieron, se convirtieron en una; algo en mi interior moría lentamente, y yo con él, lleno de vida, fascinado, la muerte y la vida, unidas en un mismo trayecto, uno solo y dispuesto a la lucha, en el que cuanto cosechaba otro tanto sembraba, y finalmente su flor terminaba siendo una sola, y su nombre Amor. Viejos obstáculos, enemigos y aliados ancestrales, se convirtieron en uno y no los podía distinguir.
Tras semejante choque “entre dioses y demonios”, luchaban y se aliaban mis reflexiones, como en un cortejo orgásmico, y antes de darme cuenta ya se gestaba dentro de mí el Jardín Marino. Una poesía que estaba experimentando y que siempre había querido leer, se escribía con dolor, con alegría. Como si estuviera inmóvil y tuviera frente a mí un espejo en el que viera el tiempo atravesar con ímpetu mi cara, y yo, como un observador, me detuve luego a sopesar, qué queda y qué no queda, qué me nutre y qué no. Y vi caer una a una las oscuras máscaras. Y unas veces algo brillaba ante mí y otras se oscurecía.
Hasta que descubrí las raíces y de nuevo me encontré allí donde había empezado: En la más absoluta soledad. Pero cuanto más solo creía que estaba, igualmente solos e impotentes estaban todos a mi alrededor. Callaron las inagotables pasiones, las pérdidas, el miedo a la muerte, a la par que su semilla espinosa comenzaba a brotar sangrienta, llena de vida. Me agarré, pues, de nuevo allí donde había empezado. Pero ahora yo era diferente. Sabiendo ahora con certeza que ante esta Magna profundidad nadie se detiene sino que apenas empieza a andar. Y en ese momento, con el pensamiento como aguja y el corazón como vela, o al revés, se dispuso la mano a tejer las reflexiones. Y esa mano aunaba las soledades, y en el fondo de la tristeza miraba la alegría de la colectividad. Y surgió la duda: ¿A qué arte he de entregarme? El corazón no entendía. Me entregué y nació con naturalidad el Jardín Marino. Mis preguntas sobre el arte no tardaron en encontrar respuestas.
Arte no es excavar en tus versos personales y hallar, con vanidad narcisista, el colorido de las palabras y nadar con ellas en la corriente de su tiempo arrastrando a otros, entretenidos en aguas someras, tan sólo para que te admiren. Arte no es la efímera ola que ni refresca ni ahoga y provoca admiración al anuncio del nuevo día.
Arte no es la esquizofrenia con sus geniales delirios. No es una falsa impresión que de manera pasajera tentará nuestro ego para retirarnos luego al día a día hasta el siguiente libro, para ganar nuevamente el aprecio de los demás. No tiene altibajos el arte, ni perspectivas ajenas. Todos somos uno.
Arte es el eje. La Magna profundidad que, conociendo su existencia o no, todos compartimos. Es esa fuente inmóvil sin la cual no hay nada. Es el ojo del huracán, tan sólo el ojo. Saber arremolinarse de forma diferente es un asunto personal. Pero lo personal estrictamente, incluso lo mío, incluso para mí mismo conlleva pesadez. Lo que hay tras las apariencias es el verdadero compartir.
Arte es el arte de la conciencia. De la conciencia de la pérdida, de nuestra propia muerte, del dolor, de la alegría, del amor, de la vida. Y, por encima de todo, que todos estamos aquí y ahora, y que esta grandeza la debemos a algo. Por último, arte es el medio que nos conduce a ese algo. Y es nuestro deber, dejarnos guiar hasta allí y entregarnos a ello.
A través de este Jardín Marino, este granito de arena que humildemente deposité en el desierto de Dios, que encuentre cada uno su propio oasis, cualquiera que sea éste, y descansando reflexione con el corazón, calladamente, el sentido de su trayecto, cuyo destino es el Amor.
* El texto fue traducido por las mismas personas que han traducido el Jardín Marino: dos amigos y profesionales maravillosos, Vicky Rouska y Emmanuel Vinader. Además el libro en cuestión no hubiera sido publicado sin el padre de la editorial Sial Pigmalión, Basilio Rodríguez Cañada, que desde el primer momento que nos conocimos me ha hecho sentirme como un hijo de su familia editorial. La labor de la coordinadora, Sofía Roilidou, siempre será un ejemplo de paciencia y persistencia para lograr algo en la vida y, por supuesto, el magnífico prólogo del Profesor Bernardo Souvirón que me parece como una introducción o continuación del propio libro.
El libro puede adquirirse en librerías o contactando directamente con la editorial, que lo remite sin gastos de envío añadidos:
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